Juan J. Bartolomé, Seguir a Jesús. Dos inicios diversos del discipulado de Jesús, Editorial CCS, Madrid, 2018

Dos diversos inicios del discipulado de Jesús

Los cuatro evangelios abren su crónica del ministerio de Jesús junto al Bautista (Mc 1,9; Mt 3,13; Lc 3,21; Jn 1,36) e, inmediatamente, narran la vocación de sus primeros discípulos. La tradición evangélica presenta a Jesús rodeado de seguidores desde el inicio mismo de su ministerio público en Galilea (Mc 1,16-20; Mt 4,18-21; Lc 5,1-11; cf. Jn 1,35-51). Lo que significa que la actividad mesiánica de Jesús ha quedado,  ligada inseparablemente, tanto en los sinópticos como en el cuarto evangelio, a su esfuerzo, constante, por educar a sus seguidores más cercanos.  

Pero al narrar, en concreto, cómo y por qué le surgieron a Jesús sus primeros seguidores, el relato de Juan se distancia, y mucho, de la versión que nos ofrecen los sinópticos, Marcos en particular.

Que la tradición evangélica no concuerde en ofrecer una versión uniforme de los orígenes históricos del discipulado de Jesús de Nazaret es, más que un contratiempo, una fortuna. Nos permite imaginar que no todos seguidores de Jesús surgieron, como lo narran Marcos y Mateo, a consecuencia de una mirada personal suya y de su expresa orden, obedecida sin demoras (Mc 1,17.19; Mt 4,19.21). Podemos suponer, apoyándonos en el relato de Juan, que ser discípulo de Jesús pudo ser también la etapa final de un largo proceso personal, iniciado por un testimonio que suscita curiosidad por su persona, una curiosidad que lleva a un mayor conocimiento por la convivencia, una convivencia que alimenta el entusiasmo y la propaganda, y un entusiasmo que se convierte en fe, cuando se logra ver la verdadera identidad del Maestro, «su gloria» (Jn 2,11).

 

No hubo, pues, un único camino para iniciarse en el seguimiento de Jesús. Seguidor suyo puede llevar a ser lo mismo quien escuche la irresistible llamada personal de un Jesús, casi desconocido, que pasa junto a él y en él se fija (Mc 1,16.19; 2,14), que quien se siente atraído hacia Jesús por el testimonio de otros y marcha tras él para conocerlo más de cerca y ver su gloria (Jn 1,38-39; 2,11). Hay, pues, seguimientos que nacen sin motivo previo, casuales en apariencia, como los de quienes, por estar en el lugar por donde Jesús transita, sienten su mirada y obedecen su imperiosa voz. Y los hay que surgen cuando, anunciado e identificado Jesús, su persona despierta, primero, curiosidad, ese deseo inconsciente de saber más sobre él; después, el anhelo de permanecer junto a él un tiempo, para, finalmente, ver lo que no uno podría ni soñar siquiera, «el cielo abierto» (Jn 1,51).

 

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