Es una constante en la historia de salvación que Dios saque del anonimato a quien elige, rompiendo el silencio con su Palabra.
Sin representantes por él elegidos, Dios no cumple su sueño de salvar a su pueblo. El libro presenta la vocación de tres muchachos, dos grandes profetas del AT, Samuel (1 Sam 3,1-21) y Jeremías (Jer 1,4-10), y un joven, en el NT (Mt 19,16-22; Mc 10,17-31; Lc 18,18-23), demasiado rico para aceptar tener a Jesús como sumo bien.
Para ser llamado por Dios, lo mismo que para seguir a Jesús, se puede ser todavía un muchacho. Pero no bastará con haber sido bueno desde siempre, si luego no se consigue abandonar lo que se posee – o nos posee. Si tener poca edad o no haber llegado a la madurez de la vida, no es óbice para ser llamado, tener muchos bienes sí puede impedir aceptar la llamada. Ser joven no fue impedimento; ser rico, sí lo fue. Es lo que nos recuerdan los tres únicos relatos de llamada a jóvenes presentes en la Escritura.