La constatación de un creciente cansancio de muchos evangelizadores y de la ineficacia de tantos proyectos pastorales ha llevado al autor a preguntarse: ¿Qué está fallando en la evangelización? La respuesta sería doble: los apóstoles hoy no viven su misión como gracia inmerecida, ni la realizan con pasión y radicalidad.
El seguimiento de Jesús, para que germine de verdad y dé fruto, tiene que aceptarse como don y ejercerse con exclusividad. No somos eficaces por las buenas técnicas que empleamos, ni por la permanente actividad que nos caracteriza. Seremos eficaces, cuando testimoniemos que nuestra vida de discípulos y misión de evangelizadores son don que agradecer y que desarrollar en constante radicalidad.
Quienes dejaron todo – familia (Mc 1,19-20), profesión (Mc 2,14) e, incluso, al antiguo maestro (Jn 1,35-42) – para en permanente régimen de convivencia, compartir vida itinerante y asumir la causa de Jesús, iniciaron una relación muy estrecha con él, convirtiéndose en sus discípulos. Una decisión así solo puede ser consecuencia de una seducción previa. Los discípulos siguieron a Jesús porque antes habían sido cautivados por él.
Probablemente ésta sea la asignatura pendiente en la formación integral de los creyentes, llamados a iniciar a otros en el seguimiento de Jesús