La tradición evangélica, de forma unánime, presenta a Jesús rodeado de seguidores desde el inicio mismo de su ministerio público en Galilea (Mc 1, 16-20; Mt 4, 18-21; Lc 5, 1-11; cfr. Jn 1, 35-51). Recuerda también que, inmediatamente antes de su cruenta muerte en la cruz, la noche de su arresto, todos sus discípulos lo abandonaron (Mc 14, 50; Mt 26, 56). El trágico final de la vida de Jesús ocasionó el nada ejemplar fin del discipulado histórico.
La actividad mesiánica de Jesús ha quedado ligada inseparablemente, tanto en los sinópticos como en el cuarto evangelio, a su esfuerzo, constante, por educar a sus seguidores: mientras enseñaba en caminos y sinagogas y curaba enfermos o expulsaba demonios, mientras discutía con antagonistas o se entretenía con amigos, Jesús enseñaba a sus discípulos. Intentaba así que cuantos ya compartían su vida hicieran propia su causa y su final.
Marcos es el evangelista que mejor ha resaltado este empeño educador de Jesús. El Jesús maestro, como era habitual en su tiempo, enseñó a los discípulos que con él convivían. Pero convivieron sólo quienes han sido previamente llamados: lo acompañaron sus elegidos; su proceso de aprendizaje no fue siempre exclusivo. Los seguidores de Jesús aprendían mientras él sanaba a enfermos, predicaba a muchedumbres o realiza portentos, pero hubo momentos, algunos decisivos, en los que Jesús tuvo como destinatarios únicamente a quienes lo seguían.
A lo largo de su evangelio, Marcos ha descrito el motivo, los temas, la meta y una metodología de la “propuesta educativa” que Jesús presenta a sus discípulos. Aunque no se ha de reducir todo este proceso a los sólo diez momentos de oración que aquí se ofrecen, éstos son, creo, suficientes para descubrir a Jesús como maestro…, y ¡quién sabe si para ponernos también bajo su disciplina!
Juan J. Bartolomé
Tlaquepaque, Jal
6 enero 2017