Para profundizar, orando, en la dimensión espiritual de nuestra vocación salesiana, don Juan J. Bartolomé nos propone dos esquemas de lectura orante: el primero, centrado en un relato paulino de su vocación; el segundo, sobre el único relato evangélico de vocación no lograda. Ambos, aun siendo muy diferentes, subrayan que para seguir a Jesús se le debe encontrar antes para dejar después todo, aun aquello que es bueno para el llamado, tanto la ley de Dios como los bienes de Dios.
Cuando relata a los gálatas el origen de su vocación Pablo les manifiesta la razón esencial de su pasión apostólica: ha sido ‘encontrado’ por Jesús resucitado y ha encontrado la misión de su vida. Una experiencia personal de Dios, que le ha hecho conocer a su Hijo en su corazón, lo ha llevado inmediatamente a predicar el evangelio. Sin encuentro con Dios el creyente no encuentra su vocación.
La memoria del joven bueno, que no pudo seguir a Jesús porque no quiso separarse de sus bienes, se convierte en una advertencia permanente para los que hoy lo siguen. Debería hacernos sonrojarnos el hecho de que Jesús ha contado con nosotros sin que estuviésemos en condiciones de decirle que ya hemos observado todo lo que Dios quiere de nosotros, debería hacernos avergonzar aún más el hecho de que continuamos siguiéndolo, pero quedando apegados a nuestros bienes, y que buscamos en Él el Bien y al mismo tiempo continuamos acumulando otros bienes.
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